Párate aquí, en la orilla de este océano amarillo. No es agua lo que ondula, es un mar de soles anclados a la tierra, un ejército de flores que levantan su rostro dorado hacia la luz. El aire es denso y cálido, y huele a polen, a tierra seca, al perfume inconfundible del verano en su apogeo. Se puede casi escuchar el zumbido de un millón de abejas, el susurro de las hojas ásperas mecidas por una brisa caliente. Es una pintura que te inunda, un baño de energía y optimismo, un recordatorio de que siempre, sin importar nada, hay que girar hacia la luz.