Entra en este bosque donde el aire vibra y el otoño tiene fiebre. No son hojas, son brasas de color naranja que cuelgan de las ramas, incendiando el paisaje. Los troncos de los abedules, con su piel de plata fría, son como columnas de humo y ceniza en medio de la hoguera. Se puede casi sentir el calor que emana del lienzo, escuchar el crepitar de las hojas secas y ver cómo el mundo se ha rendido a una hermosa y apasionada locura de color. Es una pintura con pulso, un instante en el que el corazón del otoño late con su máxima fuerza, justo antes del largo silencio del invierno.