La luz del atardecer se derrama como miel sobre el sendero, y los viejos árboles se visten de oro. Se alzan como una procesión de gigantes silenciosos, guardianes de un camino que invita a caminar sin prisa, a perderse en los pensamientos. Se puede casi sentir el calor del último sol en la piel, oler el perfume a hierba y a tierra mojada, y escuchar el crujido suave de las hojas bajo los pies. Cada sombra es una pincelada de frescura en el lienzo cálido del paisaje. No es solo un camino, es un pasaje a la serenidad, un recuerdo de esas tardes perfectas en las que el tiempo parece detenerse y el mundo entero susurra paz.