Adéntrate, si te atreves, en este bosque donde el silencio grita. Los troncos de los abedules son huesos pálidos que se alzan contra una noche que no es negra, sino del color de una herida. El rojo late entre ellos, un corazón expuesto, un incendio que no da calor, sino que quema la mirada. Se puede casi sentir el frío de la corteza como un escalofrío en la piel, y a la vez, el pulso febril de la emoción que lo inunda todo. No es un paisaje para pasear, es un paisaje para sentir; un laberinto de belleza y dolor, un testimonio de la fuerza salvaje que a veces, adopta la forma de un bosque.