Entra en este bosque donde el otoño no es una estación, sino una orquesta. Cada grupo de árboles interpreta una melodía de color: un allegro de rojos vibrantes, un andante de oros y amarillos, y un adagio de ocres serenos. Los troncos de los abedules, con su piel de plata, son los pilares de esta catedral de luz, y el sol, al colarse entre sus ramas, dibuja sobre la alfombra de hojas un pentagrama de sombras. Se puede casi escuchar el crujido del manto de hojas bajo los pies, sentir el aire fresco y limpio en la cara y oler el perfume a tierra mojada. Es un festín para los sentidos, un himno a la belleza exuberante y efímera de la naturaleza en su momento más glorioso.