El aire huele a sal y a nostalgia. Sobre la arena mojada, que brilla como un cobre pulido, dos barcas descansan. El agua sube y baja en un susurro, una caricia líquida y fresca que mece suavemente los cascos cansados. Sus remos reposan, mudos testigos de viajes y esfuerzos. Se puede casi sentir la arena fría bajo los pies, escuchar el llamado solitario de una gaviota y percibir la paz profunda de un día que termina. Es una pintura que te invita a sentarte en la orilla, a observar el diálogo eterno entre el mar y la madera, y a escuchar la historia que cuenta el silencio.