Frente a una ventana que se abre a la luz brumosa de un jardín, el tiempo se detiene. Sobre la mesa, que es un espejo oscuro, descansa un festín silencioso. El aire huele a la dulzura de las uvas, al estallido cítrico de la naranja y al perfume silvestre de las flores recién cortadas. Dos grandes jarrones de barro, con su color de tierra cálida, custodian la escena. La luz entra suavemente, acaricia cada objeto y baja a danzar en los reflejos de la madera. Es una pintura que te invita a la calma, a sentir la paz de un hogar donde la belleza de la naturaleza ha sido invitada a pasar y quedarse un rato.