Sobre un mantel de lino blanco, como recién lavado, descansan unas nubes de color violeta. Son hortensias, pero parecen fragmentos de un cielo de atardecer, cada una un universo de pequeñas estrellas púrpuras. Su peso generoso dobla las ramas, una promesa de abundancia y frescura. Se puede casi sentir el frescor que emana de ellas, oler su perfume limpio y sutil, como el de un jardín después de un chaparrón de verano. Es una pintura que calma la sed de los ojos, una celebración de la belleza serena y opulenta que nos regala la tierra.