En un rincón olvidado del jardín, el tiempo se ha detenido para descansar. Un árbol de fuego extiende sus ramas, dejando caer una lluvia de pétalos rojos sobre una vieja carreta que ya no viaja. Su madera, gastada y gris, ahora sirve de lecho a las flores. El aire está quieto, huele a tierra húmeda, al perfume de las flores blancas y al recuerdo de la madera bajo el sol. Es una escena para ser contemplada en silencio, para sentir la paz de las cosas que han cumplido su propósito y ahora simplemente son. Es un poema sobre cómo la naturaleza, con su belleza insistente, decora con ternura las cicatrices del tiempo.