Desde un fondo que arde con los colores de un sol poniente, nacen flores de luna. Cada cala es una escultura de nácar, una curva perfecta y fresca cuya piel cerosa parece inmune al fuego que la rodea. Son la calma en el centro de la pasión, el silencio blanco en medio de una explosión de color. A través del cristal, los tallos se convierten en trazos verdes y acuáticos, un recordatorio de la vida fresca que nutre tanta elegancia. Es una pintura que se siente en la piel: puedes percibir el calor que emana del fondo y, al mismo tiempo, la promesa de frescura y el tacto suave que guardan los pétalos.