Desde la penumbra de la tierra húmeda, emerge un resplandor. Esta obra es un latido, un destello de vida en el corazón del otoño. Las hojas, de un rojo encendido, arden con una luz propia, como si guardaran el último aliento cálido del verano. Cada nervadura es un camino y cada borde una caricia del viento frío que se aproxima. Al observarlas, casi se puede sentir su textura crujiente y escuchar el silencioso murmullo del bosque mientras se prepara para dormir. Es una pintura que no solo se ve, se siente; es la melancolía y la pasión de una estación capturadas en un instante eterno.